domingo, 30 de septiembre de 2012

Probablemente no pueda publicar por un tiempo por motivos personales, cuando pueda explicaré lo sucedido.
Muchas gracias por la comprensión,
Lune

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Relato #10

Suspiré. Qué bella era.
Aunque ya era vieja, y se movía más despacio, su sonrisa seguía encandilándome como el primer día. Y desde ese día la amo un poco más cada vez que sale el sol.
La observé leer, sintiendo como cada parte de mí se retorcía de amor. Cada movimiento suyo, cada vez que pasaba una página o se acomodaba los anteojos, se me antojaba perfecto. Quizás la vejez me había ablandado a mi también, pero así me lo parecía.
Hacía un sol espléndido aquella tarde. Corría una suave brisa que resultaba deliciosa. 
Cerré los ojos, pues me había invadido la ñoña de después de comer, y la idea de una pequeña siesta me parecía fantástica.
Estaba empezando a caer en las redes del sueño cuando una fuerte tos me despertó de golpe. Abrí los ojos, para encontrarme con la mirada de mi amada que, horrorizada, dirigió la suya hacia sus dedos y al libro, que se habían manchado de pequeñas gotitas carmesíes.

El hospital era un lugar frío y desagradablemente soso. Todo era gris en ese lugar. Las paredes,  suelo, los médicos, los enfermos y hasta incluso sus familias. Quizás yo también me veía gris, quién sabe, pero cuando nuestra doctora nos anunció de una forma tanto gélida la enfermedad de mi mujer, sólo pude derrumbarme en la silla, con el rostro enterrado entre las manos, sintiéndome caer, despacito, en la penumbra. "El cáncer está muy avanzado.", me dijo, "No creo que vaya a salir de esta."

Todo empeoró cuando mi mujer se negó a hacer quimioterapia. Era consciente de que iba a morir, lo sabía y no pensaba pasar sus últimos días como un vegetal, postrada en la cama. No pude hacer nada para que cambiara de opinión, y tampoco pude insistir mucho. Su mirada me calló por completo.
Disfrutamos cada uno de sus días sabiendo que cualquiera podría ser el último. De repente, hasta lo más común y cotidiano se volvía extraordinario. Por dios, cuánto la amaba.
Y así, cuando llegó el momento, lo supimos. Era de madrugada cuando abrí los ojos y la encontré mirándome, sujetando mi mano. Lo supe. La abracé con todas mis fuerzas, sintiendo mi corazón sangrante pero sin valor para derramar una sola lágrima. No pensaba dejar que se fuera con un sabor agridulce en los labios.
-Qué afortunada he sido de tenerte - le susurré mientras la miraba -. Te amo con todo mi ser, te amaré siempre, pequeña. Pronto estaremos juntas de nuevo.
Ella sonrió y acarició mi cabello en silencio. Entonces, cerró los ojos y mientras la acunaba entre mis brazos, exhaló su último suspiro.

microRelato #9

Y para qué mentir, si en su presencia las sonrisas se me escapan,
si sin apenas darme cuenta se me llena la cabeza de palabras.
Hay algo en él, que quiero para mí, que despierta mi alma;
será su mirada, será su mirada...

lunes, 10 de septiembre de 2012

Relato #8

Perderme ahí, sola, y buscar entre las ramas, y verte a pedazos pero que te deshagas entre mis dedos.
Y romper en mil llantos y hundirme en la oscuridad sin tu luz, sufrir en silencio dentro del bosque de mi corazón, y fingir sonrisas como si no pasara nada, como si saliera el sol cada mañana, como si el mundo siguiera girando pese a tu ausencia.
Entonces encontrar otra sonrisa que me dibuja con suavidad y me pinta con nuevos colores, que me abraza y me cuida, dando la vuelta a mi mundo de mil formas, dándome razones para liberar toda la alegría, para seguir adelante. Que la nueva sonrisa me acune con palabras dulces, con te amos al oído y besos ruidosos, sin promesas imposibles ni más certeza que el presente.
Y sentirme viva, sana, con el amor en la punta de los dedos, en el borde de los labios. Miradas silenciosas sin incomodidad, que se consumen en la dulce llama de nuestros corazones. Entonces tener miedo, miedo de amar demasiado, miedo de perder la razón de nuevo, pero aún así, aún el riesgo y sus consecuencias, seguir adelante, sin dudar ni arrepentirme de arriesgarlo todo por esa sonrisa y la felicidad que arrastra.

sábado, 8 de septiembre de 2012

Relato #7

Las carcajadas rompieron el silencio matutino de esa tranquila playa. Por alguna razón, se encontraba totalmente vacía salvo por las gaviotas que paseaban por esa sábana azul que era el cielo. Ellos estaban tan absortos el uno con el otro que no se molestaron en preocuparse. ¿Qué importaba lo demás, si se tenían el uno al otro?
Ebrios por la alegría que les producía el estar juntos - qué delicioso licor, el amor -, perdieron la noción del tiempo mientras caminaban por la orilla, aliviando el calor de ese verano gracias a las olas que, traviesas, jugueteaban con los dedos de sus pies. Los chistes malos y las carcajadas teñían el ambiente, procurando ocultar una mal disimulada timidez que por alguna razón inexplicable, les impedía hablar sin tropezarse.

Pasados los minutos, se acomodaron en la arena sobre una toalla, charlando, tranquilamente, hasta que a la cabeza del muchacho le llegó una idea.

-¿Y si te tiro al agua? - le susurró malvadamente.
Ella, divertida por que su compañero se comportara como un chiquillo, fingió escandalizarse.
-¿Acaso estás loco de remate? - se llevó una mano a la frente para añadirle dramatismo - ¿Es que no ves que estoy vestida?
Él no necesitó responder. Simplemente la abrazó con todas sus fuerzas y, sin importarle que ambos llevaran, en efecto, la ropa puesta, la arrastró consigo hacia el interior del mar.
Los grititos sorprendidos de ella y las risas de él formaban la más dulce melodía que podría escucharse jamás.
Pronto, el aire se sacudió de felicidad atrapada en juegos absurdos, en salpicaduras de ternura que terminó por dejarlos exhaustos, y fundidos en un abrazo repleto de ternura.
Sonrientes como idiotas, se dejaron caer en la arena, donde ella se quedó profundamente dormida con asombrosa rapidez, acunada por sus brazos. Su acompañante no tardó en seguirla a las profundidades del sueño.
El atardecer sorprendió al muchacho al abrir los ojos. No pudo evitar esbozar una sonrisa al darse cuenta de que ella seguía ahí, con la cabeza sobre su pecho, que no era una quimera.
Observándola dormir, se sintió morir de amor.
La despertó con suavidad - no sin lamentarlo - y, en silencio, mientras el único sonido eran las olas rompiendo rítmicamente contra la arena una y otra vez, le señaló el cielo, donde el sol rápidamente se escondía en las profundidades del horizonte.
Se desprendieron del sueño con un último baño, mientras el día se volvía noche, mientras los minutos se escapaban con velocidad, acompañados sólo por el golpeteo que producía el oleaje. Abrazados, estáticos, guardaron silencio para ver si, así, ese perfecto momento se volvía eterno.