-Abrázame.
-¿Tienes frío?
-No, estoy bien. Tan sólo abrázame.
Ella escondió la cabeza en su pecho. Se relajó escuchando su corazón, que latía con tristeza. Él se inclinó y la besó en los labios.
-Todo va a ir bien.
Se miraron, ambos temblaban, pero ya estaban a salvo. Aún así, seguían empapados, seguían oyendo los gritos de los que se habían quedado atrás, de los que no habían llegado a tiempo a los botes y se hundían con el barco que, horas antes, habrían jurado indestructible.
¿Cómo iban a seguir sus vidas sabiendo que dejaban a todas esas personas atrás?
-Oiga, debe volver - gritó alguien - Aquí cabe al menos el doble de gente. No podemos dejarles morir.
-Sí, vuelva - le corearon.
-¡Cállese! - le chilló el guarda, y lo agarró de la camisa - ¿Tiene usted algún problema con mi manera de trabajar? ¡Porque si lo tiene, puede saltar al mar y morir con ellos!
Todos guardaron silencio. Ella escondió de nuevo la cabeza en el pecho de su marido y se deshizo en llanto. Eran lágrimas de pena hacia esa gente, sí, pero también de culpabilidad, porque en el fondo de su ser todos se alegraban de no ser esos que se consumían en las aguas del Atlántico junto al inhundible Titanic.
martes, 12 de junio de 2012
Relato #5
Etiquetas:
amor,
culpabilidad,
desconsuelo,
lágrimas,
tragedia,
tristeza
Relato #4
Se miraron a través de aquel sucio cristal. Allí apoyó ella su mano, simulando una caricia, como si nada los separara, como si la estación, el tren y el resto de bulliciosos pasajeros no existieran.
Una lágrima rodó por su mejilla y observó los labios de su amado, que intentaban decirle algo a través del barullo.
-No te entiendo.
Frunció el ceño, disgustada, y apoyó la frente sobre el vidrio.
-Te voy a echar de menos - murmuró - No sabes cuanto. Pero te prometo que nos veremos cada día, en cuanto el sol se esconda y cerremos los ojos, nieve o truene. Te juro que iré a verte donde sea que estés.
No le importó que él no pudiera escucharla. Sabía que podría entenderla. La sirena del tren sonó con fuerza, y la gran máquina se puso en marcha. La muchacha se guardó la tristeza y consiguió esbozar una sonrisa de infinita ternura. Los dos se miraron por última vez y ella consiguió leerle los labios, que se movieron para formar un sencillo "te amo".
Una lágrima rodó por su mejilla y observó los labios de su amado, que intentaban decirle algo a través del barullo.
-No te entiendo.
Frunció el ceño, disgustada, y apoyó la frente sobre el vidrio.
-Te voy a echar de menos - murmuró - No sabes cuanto. Pero te prometo que nos veremos cada día, en cuanto el sol se esconda y cerremos los ojos, nieve o truene. Te juro que iré a verte donde sea que estés.
No le importó que él no pudiera escucharla. Sabía que podría entenderla. La sirena del tren sonó con fuerza, y la gran máquina se puso en marcha. La muchacha se guardó la tristeza y consiguió esbozar una sonrisa de infinita ternura. Los dos se miraron por última vez y ella consiguió leerle los labios, que se movieron para formar un sencillo "te amo".
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