Aunque ya era vieja, y se movía más despacio, su sonrisa seguía encandilándome como el primer día. Y desde ese día la amo un poco más cada vez que sale el sol.
La observé leer, sintiendo como cada parte de mí se retorcía de amor. Cada movimiento suyo, cada vez que pasaba una página o se acomodaba los anteojos, se me antojaba perfecto. Quizás la vejez me había ablandado a mi también, pero así me lo parecía.
Hacía un sol espléndido aquella tarde. Corría una suave brisa que resultaba deliciosa.
Cerré los ojos, pues me había invadido la ñoña de después de comer, y la idea de una pequeña siesta me parecía fantástica.
Estaba empezando a caer en las redes del sueño cuando una fuerte tos me despertó de golpe. Abrí los ojos, para encontrarme con la mirada de mi amada que, horrorizada, dirigió la suya hacia sus dedos y al libro, que se habían manchado de pequeñas gotitas carmesíes.
El hospital era un lugar frío y desagradablemente soso. Todo era gris en ese lugar. Las paredes, suelo, los médicos, los enfermos y hasta incluso sus familias. Quizás yo también me veía gris, quién sabe, pero cuando nuestra doctora nos anunció de una forma tanto gélida la enfermedad de mi mujer, sólo pude derrumbarme en la silla, con el rostro enterrado entre las manos, sintiéndome caer, despacito, en la penumbra. "El cáncer está muy avanzado.", me dijo, "No creo que vaya a salir de esta."
Todo empeoró cuando mi mujer se negó a hacer quimioterapia. Era consciente de que iba a morir, lo sabía y no pensaba pasar sus últimos días como un vegetal, postrada en la cama. No pude hacer nada para que cambiara de opinión, y tampoco pude insistir mucho. Su mirada me calló por completo.
Disfrutamos cada uno de sus días sabiendo que cualquiera podría ser el último. De repente, hasta lo más común y cotidiano se volvía extraordinario. Por dios, cuánto la amaba.
Y así, cuando llegó el momento, lo supimos. Era de madrugada cuando abrí los ojos y la encontré mirándome, sujetando mi mano. Lo supe. La abracé con todas mis fuerzas, sintiendo mi corazón sangrante pero sin valor para derramar una sola lágrima. No pensaba dejar que se fuera con un sabor agridulce en los labios.
-Qué afortunada he sido de tenerte - le susurré mientras la miraba -. Te amo con todo mi ser, te amaré siempre, pequeña. Pronto estaremos juntas de nuevo.
Ella sonrió y acarició mi cabello en silencio. Entonces, cerró los ojos y mientras la acunaba entre mis brazos, exhaló su último suspiro.
Extraordinario...
ResponderEliminarReflejaste muy, pero muy bien los sentimientos de ambos integrantes de la pareja, en épocas previas a la enfermedad, durante ella, y a posteriori.
Es imposible no sentirse atrapado por la historia, con una sensación de congoja que te corre por el cuerpo al finalizar su lectura.
Te felicito.
¡Saludos!
Hola Lune! te felicito por esta entrada, me ha gustado cuando dice: "sintiendo como cada parte de mí se retorcía de amor". Debo admitir que con este escrito me he emocionado, porque quizá de alguna forma u otra me identifico en algunas cosas...pues mi padre murió de cáncer y se perfectamente lo que expresas.
ResponderEliminarMe gusta la forma en la que está escrito desde la primera palabra hasta la última. Gracias por tu reciente comentario en mi blog ;) Nos seguimos leyendo.
¡Saludos!